Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro. Romanos 6:23

Gracias a Dios que tú y yo no hemos nacido en un país que esté en guerra, no hemos tenido que vivir escondidos por los continuos bombardeos que amenacen destruir nuestra casa, o ver cómo nuestros familiares van muriendo día a día.
Sin embargo cada día por la televisión, somos testigos del sufrimiento de  miles de personas que enfrentan el dolor y hambre de la guerra, vemos a miles morir cada día por un misil que cayó en un lugar equivocado en el  Líbano o un coche bomba que destruyó un restorán en Israel, o una emboscada subversiva en Paquistán.  Incuso mucho más cerca que eso, vemos a familias separadas y niños heridos, padres desconsolados llorando frente al cadáver inerte de sus pequeños, preguntándose ¿qué culpa tenían ellos? Y frente a todo esto tu corazón se congoja y hasta puede salir de tu boca un “pobre gente” pero a los 5 minutos ya no los recuerdas, continúas con tu vida y todo ese dolor quedó atrás.
Gracias a Dios que tú y yo no estamos en medio de una de esas guerras, pero debo decirte algo, algo que si aún no sabes debes conocer. Tú y yo estamos en medio de una guerra. Sí, aunque no lo creas o no quieras creerlo, somos parte del conflicto más grande y antiguo que haya existido en el universo. Estoy hablando de la guerra entre el bien y el mal. Como en toda guerra hay lágrimas y sangre, pero esta guerra no es como todas, esta es “la madre de todas las guerras.” Las lágrimas y la sangre que son derramadas, son las de Jesús.
Esta guerra comenzó hace mucho pero mucho tiempo, antes de la creación de este mundo. Después de la guerra en el cielo, Satanás  y sus ángeles fueron arrojados con él. Satanás nunca se sintió verdaderamente arrepentido por lo que había hecho pero sí se asustó al ver los resultados de su rebelión hasta ese momento.

“Satanás se estremeció mientras contemplaba su obra. Estaba solo meditando sus planes pasados, presentes  y futuros. Su poderosa forma temblaba como si fuera sacudida por una tempestad. Un ángel del cielo pasó en ese momento. Lo llamó y le solicitó una entrevista con Cristo. Su petición fue concebida. Entonces le dijo al hijo de Dios que se había arrepentido de su rebelión y que deseaba gozar otra vez del favor de Dios”. Ahora noten lo siguiente: “Cristo lloró ante el pesar de Satanás, pero le dijo, al expresar la decisión de Dios, que nunca más podría ser recibido en el cielo, no se podía arriesgar la seguridad de éste.” (White, 1986)

Jesús lloró en el mismo comienzo del conflicto, al proyectar su mirada hacia el futuro.
Vio a Adán incapaz de obedecer a Dios, y a Caín que no soportó la justicia de su hermano, dándole muerte y también tratando de arrepentirse.
Vio el avance de la maldad en el mundo, los crímenes, la impiedad, el odio. Hasta que todos, excepto ocho personas, fueron destruidas por el diluvio.
Vio a los que sufrían la miseria de la esclavitud, y esperaban con ilusión al libertador para rechazarlo cuando al fin viniera.
Vio el Getsemaní, el calvario. Vio cuán pocos aceptarían su sacrificio y la fe pequeña de ese puñado de seguidores. Lloró por causa de la incredulidad, el pesar y el dolor. Vio a los mártires sufrir por su causa.
Te vio a ti y a mí, hoy, siendo parte de este conflicto, mientras tratamos de ignorarlo
Jesús lloró, pero también su sangre derramó, para que tú y yo podamos ser libres del pecado.
Tú puedes decidir ignorar esta guerra y pretender que nada sucede, pero la verdad es que sólo te estás engañando a ti mismo, es imposible ser neutral en este combate, ¿sabes por qué? La respuesta es esta: “El Campo de batalla está en tu mente y tu corazón”.
Cada día, a cada momento estamos bajo un fuerte bombardeo, sin tregua.
Pero no estamos solos, Jesús está aquí para luchar contigo. ¿ya lo aceptaste como tu salvador? Si no lo has hecho aún, ¿qué estas esperando? Cierra tus ojos ahora mismo y ábrele tu corazón a Jesús. Pídele que entre en tu vida y que su amor llene todo rincón de tu ser, y que su presencia esté contigo siempre, para que con su poder salgas victorioso de cada batalla.
¿Ya lo hiciste?, yo te estoy hablando enserio. Esto es más importante de lo que imaginas. No creo que sea bueno para ti salir a la calle desprotegido en medio de un bombardeo. No esperes más, cúbrete del escudo protector que sólo la presencia de Jesús en tu vida, te puede dar.

La vida, muerte y resurrección de cristo
Los Evangelios son, sin lugar a dudas, los libros más populares, queridos y leídos de toda la Biblia. Esto no se debe precisamente a la calidad de su escritura ni a la capacidad literaria de los autores, todo el atractivo que es posible encontrar en ellos radica únicamente en una persona: Jesús de Nazareth, aquel Verbo hecho carne que habitó entre nosotros (Juan 1:14).
La escritura nos menciona que es en Cristo en quien encontramos un puente conector entre la humanidad perdida y Dios. Como nuestro Salvador debía ser perfecto y santo, pero a la vez semejante en todo a sus hermanos2  (Heb 2:17); Pablo mismo desarrolla esta idea en Heb. 4:15 al decir:

“Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado como nosotros, pero sin pecado.”

Esta sola declaración debería ser suficiente para eliminar el comentario común donde se menciona que “como Cristo era bueno (sin pecado- Dios) pudo vivir como lo hizo”. Pablo declara y enfatiza la capacidad de Cristo para entendernos en todas nuestras debilidades, la clave se encuentra en su Naturaleza humana, como el mismo Pablo lo establece, fue tentado en todo pero sin pecado.
A lo largo de su vida Cristo nos mostró como vivir una vida de perfecta dependencia con nuestro Padre Celestial asegurando de esta manera su derecho a ser nuestro salvador.
Las últimas horas de nuestro Señor antes de morir nos muestran al maestro viviendo plenamente su naturaleza humana y experimentando  una serie de sentimientos y emociones frente a la amenaza real de una muerte anunciada.
La hora había llegado (Mar 14:35; Juan 17:1) para Jesús, el momento en que debía cumplirse todo aquello que había sido anunciado por Moisés y los profetas era inminente. Frente a todo esto Jesús experimentó, como el hombre que era, temor hacia la muerte, angustia y aflicción de alma y espíritu, su espíritu de supervivencia natural le impedía aceptar que debía sufrir una muerta que no merecía por una humanidad que no valoraría dicho sacrificio.
La muerte de Cristo es una muerte sustitutoria puesto que nosotros somos los que deberíamos haber recibido la paga del pecado como consecuencia de nuestras acciones, pero Cristo murió en nuestro lugar para que nosotros pudiéramos tener vida, su muerte nos da la posibilidad de escoger. Antes del sacrificio de Cristo nosotros estábamos condenados a la muerte por el pecado del cual éramos prisioneros. La muerte de Cristo nos dio la libertad de escoger entre vivir en la libertad que nos da cristo o seguir esclavizados del pecado. Si bien Cristo murió por todas las personas de la tierra, para que todos pudieran tener la libertad de escoger, no todos  han escogido vivir en Cristo, muchos rechazando el sacrificio de Jesús han  escogido vivir bajo la esclavitud del pecado.
Quizás alguno pudiera pensar que en ellos el sacrificio de Jesús no tuvo ningún sentido pero la diferencia está en que gracias a Cristo y su muerte ellos se perderán por decisión propia, como un uso soberano de su voluntad y no como por una maldición de la cual no tuvieron posibilidad de escapar.
Si bien la muerte de cristo es la que paga el precio de nuestra salvación, es en su resurrección en donde la victoria sobre el pecado y la muerte   está asegurada. En la resurrección es cuando se declara la victoria del bien sobre el mal definitivamente y de esta manera se le da la sentencia de muerte al pecado.
Si pudiéramos ver a través del tiempo y entender el panorama general del conflicto cósmico, comprenderíamos lo importante y glorioso que fue ese día de la resurrección y el inmenso gozo con el que los seres celestiales celebraron el fin de aquella mancha que había amenazado la paz y armonía universal.